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Saber que es de noche. ‘Nocturnal’, de Micaela Paredes

por Luis Aránguiz

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Nocturnal es una obra del des-aliento. Es la agitación de las aguas calmas. Su existencia es la de un latido profundo y silencioso que quiere hacerse oír entre las noches del mundo. Y, con todo, es una obra que, repentinamente, puede parecernos sapiencial. El cuidado rítmico con que ha sido tejido cada poema es sin duda uno de los méritos que destacan a esta obra, en medio de una noche en la que, como antaño la tierra, pareciera no haber más que vacío y desorden. Pero eso aún sería muy poco para hacer de este libro una obra notable.

La noche es el tema de este libro. Pero no basta al hablante saberse parte de ella. Versos como “solo la noche sabe cuánta noche /cría un cuerpo atizado por la pena” (29) revelan cuánto de la noche misma puede saber quien la habita. No es simplemente estar, es conocer e, incluso, relacionarse. Al decir “Vivir es soñar días sabiendo que es de noche” (23), el hablante vuelve a la noche una condición existencial oculta tras el ropaje onírico de aquello que llamamos vida. El día es la ocasión que revela la existencia de una voluntad consciente de su noche. Solo quien sabe que es de noche, puede soñar el día. Pero la noche también es apertura: “La tierra anochecida espera abierta / y todos tus finales hoy convergen / para iniciar el último comienzo” (39). ¿Podrá ser el día, el sueño, el vivir, una clausura? ¿Será la tierra anochecida la posibilidad de todo existir?

En una vieja carta de 1918, casi unos 100 años antes, un alegre Vallejo decía a sus amigos que “la tierra es un enorme corazón de mujer joven”. Quizá, en esta ocasión debiésemos invertir la fórmula del maestro peruano y decir: “Un enorme corazón de mujer joven es la tierra anochecida”.  Porque solo de un corazón que ha palpado las horas oscuras, que amasó con silencio al verbo entre las penas, que se hizo uno con la noche, es posible esperar un poemario como Nocturnal. Ahí la última sapiencia de esta obra, la sapiencia de su autora y el aliento entrecortado de quienes, como el hablante, inician como un sueño sus últimos comienzos.

Nocturnal

Micaela Paredes

Cerrojo Ediciones, 2017.

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Luis Aranguiz Kahn (1991). Licenciado en Letras Hispánicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha escrito sobre la relación entre literatura y religión en medios como White Rabbit (UC), Cuadernos Judaicos (U. de Chile) y Critica.cl. Actualmente cursa el magister en estudios internacionales, IDEA-USACH.

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Un lobo ceremonial. Lobo Atado de Luis Marcelo Pérez

por Carolina Reyes

15801503_10211481179126407_299030536_nLa poesía erótica siempre es un gran reto, ya que debe ser tan milenaria como la escritura misma. Safo escribía poesía erótica, hasta la Biblia en el Antiguo Testamento contiene su dosis de erotismo en el Cantar de los Cantares, por solo dar algunos ejemplos de antigüedad. El desafío entonces es mayor. Es el camino que toma Luis Marcelo Pérez (Montevideo, 1971) con su poemario Lobo Atado, publicado por la editorial chilena Cerrojo Ediciones. En veinte poemas nos sumerge en la atmosfera de la intimidad, breves poemas que van junto con algunas difusas ilustraciones de cuerpos que nos ayudan a entrar en el ambiente amatorio.

Estos veinte poemas también podrían ser considerados veinte pequeñas narraciones de una historia mayor, ya que en los primeros versos se establece ese comienzo entre dos personas, ese salto al vacío que en realidad ninguno de nosotros tiene tan claro a donde va conducir al final, pero donde la pulsión del deseo ya está presente: “Muy temprano / vencimos el no te conocía / tu falda, mis pies / el café y aquella taza / derramada (21). Deberíamos acotar que quizá estos veinte poemas, de forma inconsciente, nos remiten a los veinte poemas de amor de Neruda. En donde en esta ocasión, Pérez mueve las estacas un poco más allá que el vate llevándonos al erotismo puro.

Siempre el juego va entre la ausencia y la presencia. Ausencia que es recordada de forma febril: “El recuerdo de sus pechos / esparciéndose por mi boca / me distrae / de la blanca hoja / en el que le dedico / este poema” (19). El acoso fantasmal del cuerpo anhelado que interrumpe como una tormenta neuronal cualquier actividad que desarrollemos en el presente. Y la presencia donde el deseo se colma en la fusión, en una unidad corporal que se vuelve un nosotros: “Arriba tu cuerpo, / debajo el mío, / prendidos / por fuera, por dentro / más cuerpo, los cuerpos / los nuestros” (25).

Para hacernos entrar en el juego retórico de lo erótico, Pérez ocupa muy bien varios recursos o vicios del lenguaje. Así, la cacofonía “la hembra con hambre” (31) suena muy bien para ejemplificarnos el apetito sexual de esta amante poética. A pesar del sexo, el gemido y el sudor o el orgasmo, la palabra es parte fundamental de este juego ritual: “Conteo final de la prosa / y el verbo” (37). La palabra acompaña el devenir íntimo amatorio de esta voz poética varonil, atrapado en el cuerpo de la que ansía. Acorralado prácticamente por el deseo y con la necesidad estética de no caer en lo pornográfico. La voz es auxiliada por las palabras y la poesía, para completar algunas escenas algo descriptivas, un juego de imágenes que es el propio lector el que debe terminar de trazar: “Jugoso gusano / sujeta la poesía / que tu lengua derrite / en el bronce de tus pechos” (37).

El hablante poético habita varios aspectos del deseo, si se quiere algo más descriptivo o duro, pero también hay momentos para una inefable ternura y fragilidad, de parte de este rotundo amante: “Cuando caiga la tarde, / si me dejas, te mostraré / todos los pasajes / que conjuran la ternura” (41). La intimidad sexual como una práctica religiosa otra, que lleva a otro tipo de creencias, posiblemente más primordiales y alejadas de todo lo que entendemos por religión, es uno de los tópicos que aborda el poemario. Un escéptico amante que al entrar en contacto con el cuerpo querido logra llegar a su propio credo, desdeñando el clásico impuesto por el cristianismo: “No creo / en el nombre del padre. / Creo en vos, / que sacudís los bosques / cuando rezas en mi cuerpo” (53).

El conocimiento a través de la experiencia y la posesión a través de este conocimiento también es algo que aparece en el poemario: “Conozco tu piel / como el azúcar al itinerario / de tu mirada” (55). Nos da la impresión de un amante que sabe de su oficio amatorio, una virtud que permanentemente habita en las fantasías sexuales de mujeres.

Mención aparte es el intertexto concreto que el poeta decidió darle a esta voz varonil. El lobo como otra de las expresiones monstruosas atadas a lo sexual, recordemos tan solo Caperucita y el lobo, se debe decir que asimismo en esa línea está el vampiro de Brian Stoker. Pero también podría ser por algunas características biológicas del lobo, como por ejemplo, la monogamia que en la mayoría de las especies existe, lo que se podría interpretar a nivel humano como una férrea fidelidad. La territorialiadad y lo sensorial de la especie podrían ser claves para entender a este lobo, en este contexto, donde el territorio puede ser el cuerpo anhelado y lo sensorial ayuda en el poemario a la descripción y al desempeño amatorio. Lo medieval es algo más difuso de entender, puede ser lo esencial de la época, un periodo con rudimentos técnicos muy básicos y donde el ser humano era dependiente absolutamente de los ciclos de la naturaleza. Edad precapitalista, entendiéndose la época que vivimos –de capitalismo en expansión- como el resumidero de muchos de los problemas de salud que vivimos, incluidas las neurosis y los problemas sexuales. D. H. Lawrence consideraba la era del capital y la tecnologización extrema como el comienzo del fin de Inglaterra, el resumidero de muchos problemas sociales,  incluida la mala vida sexual de los ingleses de su tiempo, la cual no abarcaba al goce.

El lobo del medioevo que tercamente repite el culto amatorio, rendido y extasiado para fruición de su amante: “Me confieso, soy el lobo medieval / que se desata desafiante / cada media noche en punto / para abordar todo espacio posible /  y saciar tus instintos exaltados” (63). Este el tono general de este poemario. Luis Marcelo Pérez con mucho oficio nos sume en su erótica poética. Veinte poemas muy bien cuidados en el uso del lenguaje, la metáfora y por sobre todo de no entrar en los lugares comunes de lo sexual explícito. Celebramos también los intertextos; los visuales y los escritos, en un tipo de poesía que por centrarse en los cuerpos y sus simbiosis tiende a ser un tanto cerrada.

Luis Marcelo Pérez

Lobo Atado

Cerrojo Ediciones, 2016

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Carolina Reyes (Santiago, 1983) es profesora de inglés de la Universidad de Santiago de Chile y Magíster en literatura latinoamericana y chilena por la misma universidad. Colabora haciendo crítica literaria en Revista Lecturas, Poesía y Crítica y Dos Disparos. También hace crítica de cine en 35 Milímetros. Ha publicado algunos de sus cuentos en Revista Sangría de Chile e Íkaro Magazine de Costa Rica. En la actualidad mantiene un blog de crítica cultural llamado Omnivoracultural:https://omnivoracultural.wordpress.com/.

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“Soñaste que eras rey”. Ayer, de Ignacio Pizarro

por Luis Aránguiz

15416143_10211244933860423_1699409426_nRecientemente ha sido publicado el libro Ayer, de Ignacio Pizarro Muñoz. No sería necesario leer la solapa para saber que estamos frente a un poemario abiertamente cristiano. El autor, un diácono en tránsito al sacerdocio católico romano, nos entrega una obra compacta, de catorce poemas titulados en números romanos y que podrían ser leídos como un vía crucis.

Los poemas, en verso libre, sin comas y con un pulso conversacional, parecieran ser una invitación a considerar más humanamente al Dios-Hombre del cristianismo. Dedicado a Raúl Zurita y prologado por Roberto Onell, el libro desde sus primeras páginas nos orienta a la senda que seguirán sus versos. El conjunto de poemas logra capturar en su seno aquello que Agamben pensó como la única tradición auténticamente cristiana: la de la “entrega”, que ya se hacía patente en la teología del protestante Karl Barth, y que consiste en el hecho de que Jesús fue entregado por Dios, Judas y los judíos a su muerte en la cruz. Aunque no corresponde entrar en este ámbito, conviene recordarlo porque efectivamente, y aunque no se nos diga explícitamente, oiremos la voz de Judas (27), la de Pilato diciéndole “soñaste que eras rey” (29) –eco de José, quizá–, entre otras, resonando en los pasajes del libro.

Aunque el hablante varía según cada poema y encontramos diálogos de diverso tipo entre ellos, la voz que predomina es la de Jesús. Un Jesús que en la Cena dice: “hace tiempo quería comer esta cena contigo / te había dado mi palabra / y aquí estoy contra mi voluntad” y “me tengo que ir pero no quiero / quiero quedarme aquí jugueteando” (23); que en el momento previo a los latigazos dice “me desnudo tiernamente / uno dos / déjennos solos que / abrazaré la pobreza” (31); que estando en la cruz disfruta del amor del ladrón (39) y que cierra diciendo “y veré que fue la misericordia / lo que me dejó solo” (46). Los elementos mencionados permiten reconstruir de algún modo la imagen del Jesús de Ayer, uno tan decididamente humano como desafortunadamente idealizado. Es que, al parecer, pervive también esa peculiaridad propia del catolicismo romano, en la que Jesús pareciera ser lo que es solo en la medida que lo recordemos tal como se nos muestra en los crucifijos: el rostro de dolor y amargura, con sus pies recorridos por la sangre. Un Jesús que no quiere morir, que quiere juguetear pero no puede, que se desnuda “tiernamente”, incluso tediosamente amoroso. Un Jesús que a ratos pareciera despojado de la fuerza con la que echó a los mercaderes del templo, despojado de la contradicción vital a la que fue sometido por quienes lo entregaron a la cruz, especialmente su propio Padre; despojado, en fin, de su propia condición humana, reemplazada por una piedad que no hace justicia a aquella parte fundamental de su doble naturaleza: la de ser hombre, sometido a las contradicciones propias que eso nos significa. Idealización que, aunque admirable, no nos permite identificarnos con él.

Quizá, como los judíos, debiésemos preguntar “hasta cuándo vas a tenernos en vilo / si tú eres el cristo dínoslo abiertamente” (19) que, además, hablan temerosamente de “dios” y no de “Dios”. El libro podría ser tenido como un crucifijo católico romano versificado que, con todo, nos recuerda que los ritos, texto y teología serían apenas el complemento de lo central del cristianismo: la creencia en el hijo encarnado crucificado. Finalmente, en lo que respecta a la apuesta editorial, cabe resaltar que el libro está hecho en un formato que permite transportarlo cómodamente y la cubierta resulta atractiva por su sencillez. Ayer es una invitación abierta a contemplar a Jesús. Nos habla de él como hablaría una persona corriente. Eso, sin duda, es un aporte a la poesía del género y una apuesta honesta que conviene valorar positivamente.

Ayer

Ignacio Pizarro Muñoz

Cerrojo, 2016

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Referencias

Agamben, Giorgio. Pilato y Jesús. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2014. Impreso.

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Luis Aranguiz Kahn (1991). Licenciado en Letras Hispánicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha escrito sobre la relación entre literatura y religión en medios como White Rabbit (UC), Cuadernos Judaicos (U. de Chile) y Critica.cl. Actualmente cursa el magister en estudios internacionales, IDEA-USACH.

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